
Recorríamos cuanto museo, galería y recoveco
cultural nos pudiera ofrecer la ciudad; me daba la oportunidad para llenar mi
cabeza con arte y apertura por lo nuevo y diferente.
Y, aunque no entendía muchas de las obras que veía,
pude observar de cerca al gato gordo de Botero (“¡Tío! ¡Eso no se toca!”), las
serigrafías de Picasso que pertenecían al, ya desaparecido, MACSI y “El
Penetrable” amarillo de Soto que colgaba en la Galería de Arte Nacional.
A medida que fui creciendo, su mano siguió siendo
más grande que la mía, pero ya podía caminar junto a él y disfrutar de “Miranda
en la Carraca” u horrorizarnos por la venta del cuadro “El Niño Enfermo”, ambos
de Michelena.
La vida me fue ocupando en otras cosas. La
adolescencia, con su manera brusca de romper con la tierna infancia, me hizo
más contestataria, rebelde y ciega ante las falsas amistades y, la adultez,
centró mi vida en lograr objetivos que –todavía–no están muy claros.

Lamento mucho la lejanía. Ayer fue su cumpleaños y
debido al desempleo, la pelazón y la escasez de azúcar, ni siquiera fui capaz
de hacerle una torta.
Tío, lo lamento. Disculpa por, ni siquiera, ir a darte
un abrazo en tu cumpleaños.
Como hija de madre soltera, me brindaste protección
y una figura paterna; eres confidente de mis temores y de mis frustraciones. Si
la palabra “padre” formara parte de mi vocabulario, tú serías el propietario de
ese nombre.
¡Feliz nuevo ciclo solar! Espero que este año
podamos retomar nuestras salidas a los centros culturales de Caracas.
Te
quiero.