-¡Mira! ¿pero qué se creerá "esa negra"?Decían las mulatas cuya piel no había sido traicionada por su genética mestiza. En la mirada se les notaba el rechazo mezclado con la envidia de a quienes no las observan con la misma lujuria que a "esa negra".
Apenas entraba a la Farmacia La Pedrera -ubicada en la esquina homónima del centro caraqueño- su jefe daba un respiro pues la gente se aglomeraba en la botica esperando a que ella, y sólo ella, les hiciera el preparado.
- ¡Dicen que Susana Duijm ganó el Miss Mundo gracias a la crema para las piernas que ella le hacía!Ella trataba a todos con cordialidad. No sólo era su talento sino su calidez lo que atraía a la gente; desde la hija del ministro, la pareja "enclosetada" del Panteón Nacional y las prostitutas extranjeras sabían que sus preparados secretos estaban a salvo con esa mujer.
- A mi eso no me importa... a mi lo que me importa es que es el único sitio donde me mezclan las píldoras que me funcionan.
Parecía un día cualquiera y, de repente, el caos se apoderó de todo.
Se escuchaban los gritos de la gente que corrían por la Avenida Baralt mezclados con los sonidos de aviones que volaban muy bajo y tiros cuyo origen era desconocido. "¡Cierra la santamaría, Maxi!" fue lo último que gritó Juan Landa antes de caer preso del terror que le dejó la guerra estampada en el alma.
-¡No, Juan! ¡Que tenemos que esconder a la gente!La santamaría a medio cerrar, sostenida por Maximina, permitía que la gente se arrastrara hasta el interior de la farmacia y protegiera su vida ante los estragos que la Libertad debe hacer antes de imponerse.
Las únicas personas de pie dentro de la botica La Pedrera eran Rufina y Maximina; una saltaba ofreciendo gotas de valeriana a todo el que quisiera y la otra ayudaba a la gente a pasar bajo las rejas de la farmacia.
Pero una bala entró en La Pedrera.
Se escucharon los vidrios del mostrador romperse y el golpe seco de un cuerpo que caía al piso.
Rufina estaba herida.
A Maxi no le importó llenar sus tacones Luis XV de la sangre de su amiga y compañera de trabajo. Le aplicó un torniquete, la levantó y salió con su amiga recostada en su hombro. Detuvo un carro que trataba de escapar del fuego cruzado y con un carácter de hierro, convenció a los pasajeros para que llevaran a Rufina a un hospital.
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