Me gusta escuchar.
Sí. Ya sé. Están anonadados, asombrados y a punto de un ataque cardíaco por tan asombrosa confesión.
Es que no lo puedo evitar. Me gusta escuchar a la gente y, para completar la confesión, realmente asimilo y entiendo lo que me dicen. O sea, no es oír. Es ESCUCHAR.
Eso me ha dado ciertos beneficios: la gente no es consciente de las cosas que dicen sobre sí mismas y sobre los demás. Escuchar da la capacidad de adelantarse a los hechos, de cometer pocos errores y, algunas veces, hasta caer por pitonisa.
Y es que la gente tampoco se escucha a sí misma. Lanzan muchos datos personales y cuentan las mismas historias a las mismas audiencias. Y, realmente no me molesta. Es divertido observar cómo cambian las versiones dependiendo de la audiencia o el contexto del cuento.
¡Ojo! También me ha traído desventajas: me he convertido en el paño de lágrimas y asesora sentimental de mis amigos.
Aunque estoy siempre a la orden (y ellos lo saben), el dar consejos para el corazón me da un pánico terrible, porque los consejos se dan desde la experiencia y mis experiencias no son muchas ni han sido muy exitosas que digamos,
¿Cómo les explico a mis imprácticos amigos que el amor debería ser una cosa muy práctica? Y práctico no es caer en lo insensible, es entender que cuando se juega con los sentimientos, lo estable es utópico y el sufrimiento es inevitable.
CONSEJO: El hisopo para limpiar las orejas no debe golpear el tímpano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Trata de mantener un lenguaje educado. Todas las entradas con lenguaje soez, discriminatorio o insultante serán eliminadas.