lunes, julio 06, 2015

Libro de Pepito Pérez, Capítulo 80, versículos 21-32

Tarde, pero meditado, escribo sobre un tema que ya hace varios días dejó de ser agenda en los medios y las redes sociales: la legalización del matrimonio homosexual en Estados Unidos.

Para empezar: no dije ni pío porque, la verdad, me da perfectamente igual que cada quien se case con quien le dé la gana... especialmente si eso ocurre en otro país. Tampoco pinté mi foto de Facebook con los colores del movimiento LGBT, porque me parece que, en Venezuela, falta un montóoooooonnn como para estar celebrando lo que pasa en otros países.

La gran pregunta es: ¿por qué escribo ahora?
Porque he encontrado que gente -con un rabo de paja del tamaño de una cola de pavo real- que se siente realmente molesta por el fallo de la Corte Suprema de Justicia estadounidense:

¿Cómo me pueden dar un argumento tipo: "es que la familia convencional es la base de la sociedad", cuando vienen de una familia desintegrada y en un entorno hostil?

¿Cómo me pueden decir que una pareja homosexual criando unos hijos es lo mismo que darle un arma a un niño de 10 años en lo más alto del Guarataro?

¿Cómo me pueden decir que su bebé merece tener una familia con una "mamá mujer y un papá varón" si ni siquiera saben si su hijo será, o no, homosexual?

¿Por qué no entienden que darle derechos a un grupo no menoscaba tus propios derechos? Si lo llevamos al plano de los derechos, deberían molestarse porque quienes somos opositores "desde el inicio de los tiempos" no podamos gozar de ciertos beneficios por no haber votado por el difunto de la montaña.

Cuando alguien me dé una razón que no venga seguida de "lo dice en la Biblia en PepitoPérez 80:21-32" o de citas extraídas de algún libro de Educación Cívica de los años cincuenta, sea libre de tener una conversación amena donde expresemos nuestras ideas.

lunes, octubre 13, 2014

Alvaro Rada

Cuando estaba pequeña, recuerdo trotar por las calles del centro de Caracas tomada de la gigantesca mano de mi tío Alvaro. Cada paso que daba, con su 1,85mt de estatura, eran muchos pasos de una Alix de 9 años de edad.

Recorríamos cuanto museo, galería y recoveco cultural nos pudiera ofrecer la ciudad; me daba la oportunidad para llenar mi cabeza con arte y apertura por lo nuevo y diferente.

Y, aunque no entendía muchas de las obras que veía, pude observar de cerca al gato gordo de Botero (“¡Tío! ¡Eso no se toca!”), las serigrafías de Picasso que pertenecían al, ya desaparecido, MACSI y “El Penetrable” amarillo de Soto que colgaba en la Galería de Arte Nacional.

A medida que fui creciendo, su mano siguió siendo más grande que la mía, pero ya podía caminar junto a él y disfrutar de “Miranda en la Carraca” u horrorizarnos por la venta del cuadro “El Niño Enfermo”, ambos de Michelena.

La vida me fue ocupando en otras cosas. La adolescencia, con su manera brusca de romper con la tierna infancia, me hizo más contestataria, rebelde y ciega ante las falsas amistades y, la adultez, centró mi vida en lograr objetivos que –todavía–no están muy claros.

Atrás quedaron los días de los plácidos paseos por las galerías, traduciendo los “brochures” de los escultores internacionales y las vueltas por Los Teques y San Antonio de los Altos.

Lamento mucho la lejanía. Ayer fue su cumpleaños y debido al desempleo, la pelazón y la escasez de azúcar, ni siquiera fui capaz de hacerle una torta.

Tío, lo lamento. Disculpa por, ni siquiera, ir a darte un abrazo en tu cumpleaños.

Como hija de madre soltera, me brindaste protección y una figura paterna; eres confidente de mis temores y de mis frustraciones. Si la palabra “padre” formara parte de mi vocabulario, tú serías el propietario de ese nombre.


¡Feliz nuevo ciclo solar! Espero que este año podamos retomar nuestras salidas a los centros culturales de Caracas.

Te quiero.

jueves, septiembre 04, 2014

Mujeres de mi Tierra I

Era 23 de enero de 1958. Ella caminaba meneando sus caderas y llevando el ritmo con sus tacones Luis XV por las calles del centro de Caracas.
-¡Mira! ¿pero qué se creerá "esa negra"?
Decían las mulatas cuya piel no había sido traicionada por su genética mestiza. En la mirada se les notaba el rechazo mezclado con la envidia de a quienes no las observan con la misma lujuria que a "esa negra".

Apenas entraba a la Farmacia La Pedrera -ubicada en la esquina homónima del centro caraqueño- su jefe daba un respiro pues la gente se aglomeraba en la botica esperando a que ella, y sólo ella, les hiciera el preparado.
- ¡Dicen que Susana Duijm ganó el Miss Mundo gracias a la crema para las piernas que ella le hacía!
- A mi eso no me importa... a mi lo que me importa es que es el único sitio donde me mezclan las píldoras que me funcionan.
Ella trataba a todos con cordialidad. No sólo era su talento sino su calidez lo que atraía a la gente; desde la hija del ministro, la pareja "enclosetada" del Panteón Nacional y las prostitutas extranjeras sabían que sus preparados secretos estaban a salvo con esa mujer.

Parecía un día cualquiera y, de repente, el caos se apoderó de todo.

Se escuchaban los gritos de la gente que corrían por la Avenida Baralt mezclados con los sonidos de aviones que volaban muy bajo y tiros cuyo origen era desconocido. "¡Cierra la santamaría, Maxi!" fue lo último que gritó Juan Landa antes de caer preso del terror que le dejó la guerra estampada en el alma.
-¡No, Juan! ¡Que tenemos que esconder a la gente!
La santamaría a medio cerrar, sostenida por Maximina, permitía que la gente se arrastrara hasta el interior de la farmacia y protegiera su vida ante los estragos que la Libertad debe hacer antes de imponerse.

Las únicas personas de pie dentro de la botica La Pedrera eran Rufina y Maximina; una saltaba ofreciendo gotas de valeriana a todo el que quisiera y la otra ayudaba a la gente a pasar bajo las rejas de la farmacia.

Pero una bala entró en La Pedrera.

Se escucharon los vidrios del mostrador romperse y el golpe seco de un cuerpo que caía al piso.

Rufina estaba herida.

A Maxi no le importó llenar sus tacones Luis XV de la sangre de su amiga y compañera de trabajo. Le aplicó un torniquete, la levantó y salió con su amiga recostada en su hombro. Detuvo un carro que trataba de escapar del fuego cruzado y con un carácter de hierro, convenció a los pasajeros para que llevaran a Rufina a un hospital.