lunes, octubre 13, 2014

Alvaro Rada

Cuando estaba pequeña, recuerdo trotar por las calles del centro de Caracas tomada de la gigantesca mano de mi tío Alvaro. Cada paso que daba, con su 1,85mt de estatura, eran muchos pasos de una Alix de 9 años de edad.

Recorríamos cuanto museo, galería y recoveco cultural nos pudiera ofrecer la ciudad; me daba la oportunidad para llenar mi cabeza con arte y apertura por lo nuevo y diferente.

Y, aunque no entendía muchas de las obras que veía, pude observar de cerca al gato gordo de Botero (“¡Tío! ¡Eso no se toca!”), las serigrafías de Picasso que pertenecían al, ya desaparecido, MACSI y “El Penetrable” amarillo de Soto que colgaba en la Galería de Arte Nacional.

A medida que fui creciendo, su mano siguió siendo más grande que la mía, pero ya podía caminar junto a él y disfrutar de “Miranda en la Carraca” u horrorizarnos por la venta del cuadro “El Niño Enfermo”, ambos de Michelena.

La vida me fue ocupando en otras cosas. La adolescencia, con su manera brusca de romper con la tierna infancia, me hizo más contestataria, rebelde y ciega ante las falsas amistades y, la adultez, centró mi vida en lograr objetivos que –todavía–no están muy claros.

Atrás quedaron los días de los plácidos paseos por las galerías, traduciendo los “brochures” de los escultores internacionales y las vueltas por Los Teques y San Antonio de los Altos.

Lamento mucho la lejanía. Ayer fue su cumpleaños y debido al desempleo, la pelazón y la escasez de azúcar, ni siquiera fui capaz de hacerle una torta.

Tío, lo lamento. Disculpa por, ni siquiera, ir a darte un abrazo en tu cumpleaños.

Como hija de madre soltera, me brindaste protección y una figura paterna; eres confidente de mis temores y de mis frustraciones. Si la palabra “padre” formara parte de mi vocabulario, tú serías el propietario de ese nombre.


¡Feliz nuevo ciclo solar! Espero que este año podamos retomar nuestras salidas a los centros culturales de Caracas.

Te quiero.